"A tí, la dama, la audaz melancolía
que con un grito solitario
hiende mis carnes ofreciéndolas al tedio.
Tú que atormentas mis noches
cuando no sé que camino tomar,
te he pagado cien veces mi deuda.
De las brasas del ensueño
sólo me quedan las cenizas
de una sombra de la mentira
que tú me habías obligado a oir.
Y la blanca plenitud no era el viejo interludio,
sino una morena de fríos tobillos
que me clavó la pena de pecho
punzante en que creí.
Y sólo me dejó el remordimiento
de haber visto nacer la luz
sobre mi soledad."
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