DÍA PRIMERO
Entre mi ventana y la suya se extiende un universo inabarcable, una suerte de abismo sin fondo. Podría llegar hasta ella de un salto; podría salvar la distancia que nos separa con un simple chasquido de mis dedos; podría levantarme y luchar.
Entre mi ventana y la suya, una masa etérea comprime el tiempo y el espacio. El aire se hace irrespirable, los cuerpos pesan como plomo. Diríase que la vida se ha detenido. Podría conquistar su fortaleza de hielo, cobijarme en el hueco de su almohada, abrir los ojos y no ver más que su casa. Podría llegar hasta el final.
¡Cuántas veces habré pasado sentada en mi taburete de roble, espiando cada uno de sus gestos, coleccionando los matices de su piel, anotando en mi mente sus más insignificantes movimientos! El corazón humano es un valle salvaje y oscuro. El mío es un cuenco de barro hervido a fuego lento.
Tengo treinta años y llevo más de media vida sentada en éste taburete que ha llegado a convertirse en una prolongación de mi cuerpo.
Entre mi ventana y la suya crece un bosque profundo y salvaje, igual que el corazón humano. Yo escucho cada noche los gritos de las fieras; los desgarrados alaridos de las bestias desterradas del Paraíso. Cada noche me hundo un poco más en mi taburete ennegrecido.
Ella vive en el piso de enfrente. Desde mi ventana observo una jungla en miniatura; un microcosmos poblado de de seres fabulosos. Bebo una copa de vino para no sentir la impotencia clavada en mi pecho; lo mantengo un instante en la boca y saboreo en él la sangre de mis antepasados, seres desgraciados que jamás llegaron a entrever la belleza encerrada en el vino. Miro mi botella, que nunca logro vaciar pese a llevar más de media vida bebiendo de ella, día tras día, noche tras noche, y descubro un trono en medio de una jungla salvaje y oscura como el corazón humano.
Entre mi ventana y la suya, miles de serpientes aladas arrojan su veneno. Cada noche sueño que un terremoto derriba mi edificio y caigo herida sobre su tejado. Miro a través de mi copa vacía y veo un pájaro muerto en su pecho. Miro en el fondo de su corazón y sólo existe un bosque azul y silencioso como la tristeza del dios del vino. Tengo el alma empapada en vino, en un vino rojo y denso como mi sangre. Me abro las venas y vuelvo a llenar mi copa. Brindo por los ángeles arrojados del Paraíso, brindo por el corazón humano.
DÍA SEGUNDO
Si la memoria no me falla, yo tuve un hermoso perro pastor de lomo azulado y hocico blanco. Me guiaba a través de valles y páramos como un lazarillo. Caminaba orgulloso sobre sus tres patas. Me guiaba a través de la vida, mi perro cojo. Y yo lo amaba.
Si la memoria no me falla, un hombre mueso, de pelo enmarañado y sucio, apedreó a mi perro hasta matarlo. Un hombre maldito entre los hombres, destruyó mis sueños de una pedrada y convirtió mi corazón en un cuenco de barro.
Cada noche veo a mi perrillo pastor acurrucado a mis pies. Paso mi mano por su lomo azul y él me envuelve en su mirada triste y brumosa. Murmura una palabra que no puedo descifrar. Miro e el fondo de mi copa y veo a mi perro retozando en un prado, olisqueando las flores silvestres, persiguiendo a las mariposas. Una de ellas se ha posado en mi hombro. En sus alas leo una palabra que no conozco.
Entre mi ventana y la suya anidan tres clanes de arañas. Unas y otras tejen su tela sin descanso; entrelazan sus hilos formando una red compacta y elástica que va de sus caderas a mi ombligo. Anoche me deslicé por la tupida malla con el fin de esperar su regreso bajo la cama. Anoche desperté con todo el cuerpo magullado. En mi botella ya no quedaba vino. Anoche las arañas saltaban ebrias al vacío y mi cuerpo se tornó blanco y frío.
Miro a través de mi ventana y veo una mujer de hielo sobre una montaña.
Madrid, 1996
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