lunes, 30 de mayo de 2011

Los Días



DÍA PRIMERO

Entre mi ventana y la suya se extiende un universo inabarcable, una suerte de abismo sin fondo. Podría llegar hasta ella de un salto; podría salvar la distancia que nos separa con un simple chasquido de mis dedos; podría levantarme y luchar.
Entre mi ventana y la suya, una masa etérea comprime el tiempo y el espacio. El aire se hace irrespirable, los cuerpos pesan como plomo. Diríase que la vida se ha detenido. Podría conquistar su fortaleza de hielo, cobijarme en el hueco de su almohada, abrir los ojos y no ver más que su casa. Podría llegar hasta el final.

¡Cuántas veces habré pasado sentada en mi taburete de roble, espiando cada uno de sus gestos, coleccionando los matices de su piel, anotando en mi mente sus más insignificantes movimientos! El corazón humano es un valle salvaje y oscuro. El mío es un cuenco de barro hervido a fuego lento.

Tengo treinta años y llevo más de media vida sentada en éste taburete que ha llegado a convertirse en una prolongación de mi cuerpo.
Entre mi ventana y la suya crece un bosque profundo y salvaje, igual que el corazón humano. Yo escucho cada noche los gritos de las fieras; los desgarrados alaridos de las bestias desterradas del Paraíso. Cada noche me hundo un poco más en mi taburete ennegrecido.

Ella vive en el piso de enfrente. Desde mi ventana observo una jungla en miniatura; un microcosmos poblado de de seres fabulosos. Bebo una copa de vino para no sentir la impotencia clavada en mi pecho; lo mantengo un instante en la boca y saboreo en él la sangre de mis antepasados, seres desgraciados que jamás llegaron a entrever la belleza encerrada en el vino. Miro mi botella, que nunca logro vaciar pese a llevar más de media vida bebiendo de ella, día tras día, noche tras noche, y descubro un trono en medio de una jungla salvaje y oscura como el corazón humano.

Entre mi ventana y la suya, miles de serpientes aladas arrojan su veneno. Cada noche sueño que un terremoto derriba mi edificio y caigo herida sobre su tejado. Miro a través de mi copa vacía y veo un pájaro muerto en su pecho. Miro en el fondo de su corazón y sólo existe un bosque azul y silencioso como la tristeza del dios del vino. Tengo el alma empapada en vino, en un vino rojo y denso como mi sangre. Me abro las venas y vuelvo a llenar mi copa. Brindo por los ángeles arrojados del Paraíso, brindo por el corazón humano.

DÍA SEGUNDO

Si la memoria no me falla, yo tuve un hermoso perro pastor de lomo azulado y hocico blanco. Me guiaba a través de valles y páramos como un lazarillo. Caminaba orgulloso sobre sus tres patas. Me guiaba a través de la vida, mi perro cojo. Y yo lo amaba.
Si la memoria no me falla, un hombre mueso, de pelo enmarañado y sucio, apedreó a mi perro hasta matarlo. Un hombre maldito entre los hombres, destruyó mis sueños de una pedrada y convirtió mi corazón en un cuenco de barro.
Cada noche veo a mi perrillo pastor acurrucado a mis pies. Paso mi mano por su lomo azul y él me envuelve en su mirada triste y brumosa. Murmura una palabra que no puedo descifrar. Miro e el fondo de mi copa y veo a mi perro retozando en un prado, olisqueando las flores silvestres, persiguiendo a las mariposas. Una de ellas se ha posado en mi hombro. En sus alas leo una palabra que no conozco.

Entre mi ventana y la suya anidan tres clanes de arañas. Unas y otras tejen su tela sin descanso; entrelazan sus hilos formando una red compacta y elástica que va de sus caderas a mi ombligo. Anoche me deslicé por la tupida malla con el fin de esperar su regreso bajo la cama. Anoche desperté con todo el cuerpo magullado. En mi botella ya no quedaba vino. Anoche las arañas saltaban ebrias al vacío y mi cuerpo se tornó blanco y frío.
Miro a través de mi ventana y veo una mujer de hielo sobre una montaña.

Madrid, 1996


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Sueños


Todos mis pensamientos se me antojan tristes.
Detesto el lado triste de mis pensamientos.
A ella tampoco le gusta ésta lluvia
de cien fuegos errantes.
Salto al vacío y ésa gota de agua
que se ha formado en tu garganta
es la escaramuza que las dos andábamos buscando.
Cierro el grifo y una araña salta del techo a mi mano.
Se posa con suavidad.
No teme el cruel desenlace
de mis dedos chocando contra su cuerpo blando, diminuto.
Meto dos pequeños baobabs
en el fondo de una cacerola rebosante
de agua y borbotones a cien grados centígrados.
Me he convertido en un ama de casa echada a perder,
con mi larga trenza recogida en mi cogote azul celeste.

Bárbara murió como una dama.
Con las manos blancas sobre su vientre frío
También quiero irme así.
No más retorcimientos de huesos, gestos góticos.
No más pinceladas amarillas en mi rostro apagado.
Mi garganta se ha propuesto dejarme sorda.
Grita como si dos alas batieran
en mis cuerdas vocales.
Soy el baluarte de la diferencia;
la lesbiana que quisiera encontrar y aniquilar;
la persona a la que podría amar
para después apretar su cuello con saña
hasta oír su último canto.
Basta con abrir mi pecho
con un estilete muy afilado.
Dentro hallaréis vísceras y algo de vino añejo.
La copa se rompe y vuelvo a escanciar mi sangre.
Mi quimera salta en mil pedazos.
Algunos se clavan entre mis uñas.
Bárbara murió como una dama.
Con las uñas perfectas y recién pintadas.
Yo quiero irme igual.
Con la serenidad de un sabio;
con el ombligo oculto bajo una venda
de diez metros de espesor.

Ésta noche también vendrán a verme mis sueños,
mis amados monstruos de mil cabezas.
Mis manos deslizándose por sus muslos escarlata.
Y hundir mi rostro en el ángulo de su sexo
como en una ola salvaje y salada,
mientras almaceno en mi álbum de perfumes,
de sabores, de tactos,
todo su cuerpo de mujer,
más cuerpo que nunca bajo el roce de mis alas.
Me faltará la desesperación de ayer.
Hoy es de nuevo una suerte de aceptación de mi fracaso.
No puedo amarla, pero aún es más difícil no amarla.
Amar y no desear ser amado: Arte masoquista
que practico desde que la tortuga dejó su caparazón
para convertirse en un gato de movimientos lentos
y afiladas garras.

Trotamundos. Calzo un treinta y siete
y a penas descanso cuando planto mis pies en la tierra.
El aire es otra cosa.
Veo todo a dos palmos del suelo
y me asquea o me emociona a partes iguales.
Subes conmigo. Luego te lanzo por los aires.
Construyo un templo bajo mi soledad
y te ofrezco mi trono y mi cetro.
Y me amas por ello, no lo niegues.
Me amas al sentirte tan bella en mi mirada.
Y luego te cansas. Y bajas.
Y gritas sin despegar los labios.
De una patada lanzaré el trono por los aires
y lo que queda de ti y de mí.
Orgullo pisoteado, orgullo vengado.

Madrid 1999

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martes, 24 de mayo de 2011

Soy un LAgato


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El Grito

Gritar o quedarme callada. ¡Qué más da!
Mi voz no logrará espantar éste lúgubre batir de alas.
Lo siento. Ten cerca que hace temblar mi mano.

Amenaza tormenta. A su paso asolará mi casa.
Mis sueños serán pisoteados.
No soy un visionario,
Mas es fácil entrever la muerte
entre tanta belleza.
Era éste quizás mi regalo.
Pagaré de sobra con mi razón.
Veo tambalearse mi equilibrio.
Veo como caigo boca abajo,
siempre boca abajo.

¡Qué importan mis gritos!
Nadie me escuchará.
Mi Dios obedece a otros designios
¿Lo sabes? Eres tú el único Dios.
Hasta que llegaste el Universo era un Caos.
Y volverá a serlo cuando te hayas marchado.

¡Silencio!
Alguien me propone un descanso,
un leve instante de reposo.
Tal vez mi mente, aturdida por tantos fantasmas.
¿Para qué quiero mi alma?
¿Para qué quiero la paz de mi espíritu?
También tú serás un fantasma.
Alma condenada a vagar por mis sueños
toda la Eternidad, toda la Eternidad.
¡Yo te increpo! ¡Yo te invoco!
Conjuro tu nombre que pesa como el plomo.
¡No me abandones en éste inmenso pozo
preñado de voces sordas, de cánticos de muertos!
¡Sigue mis pasos! ¡No pierdas mi rostro en el olvido!
Me reconocerás por el olor a sangre.
Mi herida se abrirá y vomitará mares rojos.
¿Querrás beber de ellos?
Es una invitación irreversible.
Bebe, y mi cuerpo será tu última morada.

Madrid 1995

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